domingo, 27 de mayo de 2007

Pobrecita Venezuela


Que quede claro que a mí
no me gustan los milicos
(menos los que se hacen ricos
ajustando el borceguí).
Hugo tiene el frenesí
brutal de un adolescente,
su verborrea insurgente,
incendiaria y explosiva,
envenena su saliva
con ácido disolvente.


Si uno le sigue la pista
a su conspicua carrera
muy pronto lee y se entera
que hace poco fue golpista.
Pero, valiente el artista,
se rasga las vestiduras
lanza insultos y basuras
cuando le juegan igual,
habla del "diablo", del "mal",
de sedición y conjuras.

Nadie niega que su cargo
lo ganó en las elecciones
(que aprenda de sus lecciones
y se cuide, sin embargo).
Que no nos dé por descargo
que es un perfecto demócrata,
sus actitudes de autócrata
lo desnudan por completo
con su discurso incompleto
y su pensamiento hipócrita.

Pero también que no dude
quien me lea en la ocasión,
que a toda la oposición
no hay mentira que la escude.
Que marche, que grite y sude
(engañando a los sinceros),
que demuestre sus esmeros
y que grite ¡democracia!,
cuando vive en contumacia,
sirviente de sus dineros.

Chávez no se inventó solo,
los políticos corruptos
sembraron sus exabruptos
mientras jugaban al polo.
Entre "charm" y protocolo,
una estirpe petrolera,
sin más escudo o bandera
que sus cuentas en los bancos
(ladrones de cuellos blancos)
hundieron la patria entera.

El pueblo desesperado
que nada entiende de leyes
se arrastró como los bueyes
resistiéndose al arado.
En Chávez han encontrado
(terrible desilusión)
una luz, una emoción,
un camino más amable
(sin sospechar que el del sable
es otro más del montón).

Pobrecita Venezuela,
si Francisco de Miranda
la viera así, en la baranda,
entre mugre y bagatela.
Si viera la corruptela,
la indecencia criminal,
la insidia sorda, inmoral,
que surge de los dos lados,
llorara por los pecados
contra el Chibcha y el turpial.

Sólo queda que los probos
(que siempre están en la brega)
se impongan en la refriega
contra chacales y lobos.
Basta de muertes, de robos,
de violencias y desdén;
que no siga de rehén,
Venezuela, en este infierno;
que al Palacio de Gobierno
ingrese un hombre de bien.